Nunca sentí tanto invadir la privacidad como cuando estuve en Santa Ana, un pequeño pueblo de Corrientes. No es un destino turístico pero el domingo vivió su fiesta, culminando con la procesión de Santa Ana, en su día. El cura, el político, el gremialista, el comisario y y el juez. La viuda, la chismosa, la abuela, el carnicero y el curandero. El gaucho, el militar y los niños. Todos reunidos, en su dolor o alegría, en su pecado o en su conciencia. El domingo 26, Santa Ana de las Guácaras fue fiesta y redención. Un hermoso día, en la intimidad del pueblo.
Ubicado muy cerca de la capital de Corrientes, pero escondido, tan escondido que vive lejos del tiempo, de la noticia, de la crueldad y la tentación. Fundada a principios del año 1600 aunque luego destruída y logra su reconstrucción. Con casi 2000 habitantes, una plaza, calles de tierra y arena, una laguna muy cerca y un pequeño corsódromo.
Ese domingo Santa Ana de las Guácaras fue fiesta y tradición, largas horas de mate y chipá en la plaza y los jóvenes jugar al metegol. Los vendedores ambulantes vendiendo mates, portamates y cinturones de cuero labrado.
Y como todo pueblo, Santa Ana guarda un secreto. Sobre la ruta 43, donde esté el pueblo, un día Freddy Mercury tuvo que parra allí porque pinchó un neumático. Y así se la conoce como la Ruta Freddy Mercury.
Allí aprendí porque «Lo esencial, es invisible a los ojos»
fotos: @ViajesyRelatos_